La apuesta de Venezuela son los chamos
En días recientes tuvimos la oportunidad de desarrollar un proyecto ambicioso de un importante cliente latinoamericano. Parte del equipo de la empresa de consultoría para cual trabajo, Moore GSF, se abocó día y noche durante nueve días continuos, desde muy temprano en la mañana hasta las «tantas de la madrugada», para cumplir los objetivos que este startup plantea.
La experiencia me permitió hacer una «introspección retrospectiva» como diría el célebre CAP, pues lo planteado por el cliente era un reto de investigación de mercado y factibilidad financiera, a todas luces titánico, dada la escasa información sobre el rubro. La tarea fue lograda exitosamente por todo el equipo.
Cuando me refiero al equipo, hablo de dos espectaculares mujeres, con una carrera intachable en el mundo corporativo para darle seniority al trabajo, y un grupo de chamos ambiciosos, talentosos e inquietos que, ante los requerimientos del cliente, se trazaron metas titánicas . Por chamos, me refiero a un administrador de 26 años, a la cabeza del equipo, tres economistas recién graduados y tres pasantes, estudiantes de la UCAB.
El grupo se articuló en torno a un método propio de investigación, innovación, síntesis, análisis y diseño, en menos de 24 horas. Tratándose de un startup con proyección global, el tema resulta complejo para algunos boomers como yo, pues se trata de un modelo de crecimiento un tanto distinto a las empresas tradicionales.
En ese marco de acción, los muchachos atendieron las directrices dadas, y pudieron presentar un plan y caso de negocios de clase mundial a los accionistas mexicanos y gringos, que son ampliamente reconocidos por sus logros en negocios multinacionales.
Días de intenso trabajo —y locura—, incluyendo un fin de semana, donde estuvimos trabajando hasta el alba, a punta de pizza, café y cocuy —Bicuye, muy bueno, por cierto—, para poder finalizar los entregables a tiempo.
El gran esfuerzo y excelente trabajo me lleva a algunos insigths.
Reflexión
Venezuela como destino de inversión más allá de las enormes reservas petroleras, gasíferas, auríferas, acuíferas; a las que se suma el enorme potencial para el desarrollo agrario y una infraestructura digna de un país de punta, cuenta con un recurso de invaluable tenor: nuestra gente.
En los últimos años, ha habido una enorme diáspora con una fuga ingente de talento calificado, pero los que nos quedamos, y, sobre todo, una nueva generación de chamos que no quiere irse tenemos una resiliencia y un ímpetu, propio de los llaneros de la gesta independentista.
Estamos hablando de un caudal juvenil, profesionales o no, que de forma lúdica navega la adversidad. Paridos por años de abundancia, carencia y confrontación política, quizás sin exquisiteces lingüísticas, ni cuidados por las formas, escudo en una mano y espada en la otra, «sacan el pecho», diría mi amigo Alberto Vollmer, para sin mucho rollo, acometer trabajos físicos, manuales o intelectuales a ritmo rápido de joropo, aunque seamos sinceros, de reggaeton.
A lo anterior se suma, la bonhomía venezolana, signada por la calidez, generosidad y un sentido del humor a toda prueba.
El proyecto país 2030, que planteara recientemente Fedecámaras en su Asamblea Anual, habla de un modelo donde el centro es el hombre, no el oro, ni el petróleo. El gobierno nacional coincide plenamente con ello, no sé la oposición, que poco ha manifestado a ese y otros respectos.
El gran reto que tenemos Usted y yo, como empresarios, comerciantes, docentes y trabajadores, es crear en esos chamos una historia de futuro posible, no sólo de supervivencia creativa. Un futuro de los que ellos sean creadores y protagonistas. De otro modo, podrían sucumbir a la tentación de la migración como salida segura y entendible.
Ya son 6 millones los venezolanos que han dejado la patria en búsqueda de mejores oportunidades económicas y sociales. No dejemos que se vaya ni un venezolano más.
Es tarea de todos, ¡vamos pues!